sábado, 29 de septiembre de 2012

Capítulo 16- La batalla final

Era de día. Lo supe porque el sol me estaba dando en la cara. Me levante y miré el sol. Serían sobre las siete. Lo de diferenciar las horas por la altura del sol me lo había enseñado Atsar. Le vi, dormido a mis pies. Le pegué una patada cariñosa en el estómago para que se levantase. Se despertó, se levantó, me pegó un empujoncito cariñoso y me revolvió (más) el pelo. Me peiné rápidamente con los dedos y fui a levantar a los otros. Una vez levantados todos bajamos del árbol y miramos por donde teníamos que ir. Una vez orientados, empezamos a caminar hacia el pueblo. Unas horas después habíamos llegado.
Mucho fuego. Es lo que vi cuando llegamos. El pueblo estaba casi destruido. La gente iba de un lado para otro, sin rendirse. Y vi algo más. Los ángeles oscuros estaban luchando. Vi a lo que debía ser Alexia, la reina. Estaba luchando contra un señor mayor. Para ser más exactos, mi padre. Estaba luchando como si le fuese la vida en ello. Y, técnicamente le iba la vida en ello. A él y a todos. Si no lográbamos ganar todo el pueblo moriría. Había muchos heridos y bastantes cadáveres. Pero muchos iban de negro, es decir, eran del otro bando. De repente vi una sombra rápida y oscura pasar por delante de mis ojos. Frolmo. Iba a atacar a mi padre. Sin pensar, sin intentar tomar control de mis actos me adelanté, espada en mano, para proteger a mi padre y atacar a Frolmo. Lo único que tuve tiempo de decir fue un ''Te quiero'' a Atsar.  Frolmo había apartado a Alexia y estaba listo para atacar a mi padre. Llegué justo a tiempo. Cuando Frolmo estaba atacando a mi padre se lo impedí con mi espada, jadeando y con una mirada firme y fría. Mi padre intentó impedir que luchara. Sin hacer caso, empecé a luchar contra Frolmo. Me atacaba cada vez más rápido y con más furia. Me veía obligada dar giros y agacharme todo el rato para que no me matase. El resto de la guerra había parado y la gente nos miraba. Esquivé una estocada y a una chica que había por ahí le cortó la trenza. Conocía a esa chica, esa trenza la tenía desde los siete años y jamás se la había cortado. Ahora tenía veinte. Le llegaba por las rodillas. La trenza cayó al suelo y yo la cogí y, de una manera bastante ridícula, empecé a pegar latigazos en la mano a Frolmo. En ese momento habló.
-Alexia... Ataca.
Y Alexia atacó. A Atsar. Atsar no tuvo tiempo de contraatacar. Se desplomó sobre el suelo. Y atacó también a Luara y Lía, que cayeron al suelo. Y Alexia atacó de nuevo. A mi padre. Él también cayó al suelo.
Estaba llorando. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. No veía apenas y seguía intentando matar a Frolmo. No parábamos de movernos y en cuanto pude me agaché en un ataque de Frolmo y atravesé a Alexia con la espada. Con la espada y el cuerpo ensangrentados seguí atacando.  Frolmo parecía aterrorizado. Mandó al resto de su ejército atacar. Los del pueblo se lo impidieron, prácticamente con un gesto. Volaba la sangre. Frolmo estaba horrorizado. Miraba a todas partes. En un momento dado apartó a unas personas y huyó hacia el bosque. Le perseguí. Siguió atacando. Y dijo:
-Pequeña y dulce Aliara... ¿Para que luchas? Tu pueblo está destruido, tus amigos muertos y eso no podrás evitarlo. Deja que te mate. Será una muerte mucho más dulce que morir peleando, ¿no? Te dejo escoger el momento...
-¡NUNCA! Nunca dejaré de pelear, si hace falta moriré, pero moriré peleando, porque nunca, jamás dejaré que venzas porque nadie, jamás conquistará el espíritu del pueblo. No intentes hacer como si fuese la única con miedo, porque tú sin tu ejército no eres nada. ¡NADA! ¿Lo oyes? Finjes no tener miedo igual que finjes que puedes conmigo y con este lugar. Has matado a unas cuantas personas y destruido algunas casas y por eso crees que podrás con este pueblo. La gente luchará y, creeme, vencerá. Admito la razón de mis lágrimas, que mis amigos están heridos o incluso muertos pero no dejaré de luchar. Nunca-dije yo, jadeando. Me había inspirado. Y mientras seguiamos corriendo. Muy rápido. Estábamos muy lejos. En el prado. En mi prado. En ese momento sonreí. Me vinieron recuerdos a la mente y uno en particular. Una vez, en invierno, Atsar había caido en el hielo y este se había roto. El hielo estaba profundo y Atsar casi se muere ahogado, pero por suerte no había corriente submarina y por eso salió a la superficie, helado y con cara de venganza, más que nada porque le había lanzado yo al hielo. Estuvo toda la tarde persiguiendome, en parte como venganza, en parte para entrar en calor.

Recordé el lugar donde el hielo era más frágil, donde había caido Atsar. Y llevé a Frolmo a ese lugar. Mientras lo intentaba, apareció algo. Más bien alguien. Nacnac. Intentó matar a Frolmo, pero tropezó y Frolmo le mató. Conseguí llevar a Frolmo al sitio donde Atsar cayera años atrás. Quedó de espaldas a ese sitio. Le intenté dar en la barriga. Saltó  hacia atrás. Rompió el hielo. Cayó al río. Una corriente submarina se lo llevó. Por donde pasaba se resquebrajaba el hielo. No parecía saber nadar. Supe que no nos volvería a molestar. Me giré y apareció Atsar. Le sangraba el hombro y parecía estar exhausto. Se paró. Miró el hielo. Asentí. Soltó una carcajada y me abrazó. Dejó de abrazarme, me separó un poco de él y me besó. Aunque estuviesemos cubiertos de sangre, aunque estuviesemos sudorosos y no oliesemos precisamente bien, fue el momento más romántico de mi vida. 
Llegaron Luara y Lía. Sus brazos sangraban, pero estaban bien. Atsar y yo nos separamos, sonrientes. Les abracé. Atsar no podía dar un paso más. Lía se ofreció a llevarle. Atsar se negó. Le empujé y acabó montando. Le abrazó el cuello para no caerse y llegamos al pueblo. Atsar bajó. La gente nos vitoreó pero yo vi algo que me quitó toda la alegría de golpe.

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