jueves, 16 de agosto de 2012

Capítulo 1- Por fin 15

Me levanté pronto y empecé a peinarme frente al espejo.  A peinarme ese pelo rubio platino que mi madre tanto amaba. Ese que en verano se oscurecía hasta volverse completamente negro. Ese que Lía amaba enredar en su cuerno y del que Atsar tiraba cuando se aburría. Hablando de Lía y Atsar... ¿Dónde estaban? ¿Dónde estaban mi amiga unicornia y mi loco amigo? Eran las diez y cuarto de la mañana y uno de ellos siempre estaba esperándome en la puerta. Era quince de diciembre... ¡Pues claro! ¡Quince de diciembre! ¡Mi cumpleaños! ¡Mi fantabuloso (se que no es una palabra real, pero bueno...) quince cumpleaños! Decidí ponerme ese vestido que me había regalado Lía por mi último cumpleaños. Ese de manga larga y hasta los pies (ahora hasta los tobillos, yo crezco) con copos de nieve bordados. Con el que Atsar se había quedado completamente rojo (quizá por que casi me cambio delante suya, soy ''algo'' descuidada). Fui al baño y me lavé la cara (el orden que me da la gana). Me hice una trenza y me puse una pinza de copo de nieve (regalo de Atsar por mi último cumpleaños). Me senté en la cama a esperar a que llamasen. Tenía ganas de ver a Lianila Antropófida de los Asdorismos de Todos los Santos, princesa de la corte de los unicornios (Lía) Con sus quince añitos y su cuerno dorado. Con su pelo dorado y su piel blanca. Y a Atsar, mi amigo de diecisiete añitos. Moreno, con el pelo negro y ojos... poh' iguales. Más alto que yo y con la manía de tirarme de la trenza. Creo que por eso me regaló la pinza. Probablemente esa noche mi padre haría una fiesta (solo mi padre. No tengo madre. Murió. Sí, es un tópico, una princesa sin madre. Lo se. Pero es mi vida y no la puedo cambiar. Ya me gustaría) ¡y invitaría a Luara! Dios, que ganas de verle. Vivía en un reino lejano, pero perteneciente a las Islas de Nudertia. El reino de los unicornios está en los bosques. Hubo una guerra hace muchos años... 
-Aaaaali-oí llamar en la puerta.
-¡Atsar! Ya pensaba que no venías- le dije yo, con un tono de mala leche en mi voz.
-Una princesa no debería hablar con ese tono.
-Y tampoco debería hablar con unicornios
-Si es por eso, con plebeyos tampoco.
-Bah, mi padre ya se ha acostumbrado a vuestra magnífica presencia. Ahora te toca cuidarme. Eres como mi guarda espaldas. 
-¿Magnífica presencia? Bueno, da lo mismo. ¡Felicidades!
-Ya era hora 
-¿Hora de que?
-De que me felicitases. Hace media hora que entraste-dije echándole una mirada siniestra.
-Bah. Vamos, que hoy vamos al Prado.
-Wiiiiiiiiii-  dije dando saltitos de felicidad. Atsar me cogió del brazo y me obligó a bajar las escaleras corriendo. Abajo estaba Lía, que me abrazó y me felicitó. Fuimos a buscar a Tormenta, mi yegua blanca y montamos Atsar y yo. Mi cumpleaños era el único día en el que le permitía ir delante y  llevarle (más que nada porque el camino al Prado yo no lo conozco) me pregunté si íbamos a pasar todo el día fuera. Como di me leyese el pensamiento, me dijo:
-Aliara, hoy me toca devolverte a las ocho. 
¡A las ocho! Fantabuloso. Amo el prado y solo puedo estar una vez al año. 
Por si os quedaban dudas,  Aliara soy yo. La princesa de Sólfria. Se firmó la paz con los unicornios un par de meses antes de que yo naciese, con motivo del nacimiento de la princesa unicorniana. Cuando nací yo, fueron el rey y la reina unicornio a felicitar a mis padres. Con la princesita Lía. Por eso Lía y yo tenemos una foto cuando yo acababa de nacer. Amo esa foto. La tengo enmarcada, y Lía igual. 
Perdida en esos pensamientos, llegamos al prado. Era hierba, solo hierba, con un río congelado a la derecha y una montaña a la izquierda. Me encantaba patinar en calcetines sobre el río. Ese día me iba a ser especialmente fácil porque... ¡No llevaba zapatos! 
-¿Porque no llevas zapatos?-me preguntó Atsar mientras me ayudaba a desmontar (se hacerlo solita, pero él insiste)
-Porque como el señorito insistió en hacerme correr me dejé los zapatos al borde de la cama.
-No, si la culpa será mía...
-La culpa ES tuya.
-¿Vamos a patinar o no?
-¿Quién ha dicho lo contrario? Esta vez de voy a machacar.
-¡Oye! ¡Que yo también estoy aquí!- dijo Lía, molesta.
-Lo sabemos pero tú nunca quieres patinar.
-¡Porque sobre cuatro patas es más difícil! Bueno, bah, voy a preparar la comida.
-Vale-dije con una sonrisa- y luego escalamos la montaña.
-Bien!-dijo feliz. La montaña la escalábamos nosotras solas porque a Atsar no le gusta. Y eso que lo hace genial, pero es rarito. Y por eso es mi amigo. Soy una princesa extraña, pero delante de la gente importante y fina puedo expresarme con tanta finura y remilgadez como ellos. O más. Delante de mi padre soy la princesa perfecta. Sobre eso y sobre más cosas pensé mientras patinaba con Atsar. Cuando me cansé, me senté y me desenredé las pestañas de un lado del ojo. Al tener las pestañas tan largas, por los lados exteriores de los ojos siempre se me enredan. Y lo odio. Atsar se acercó por detrás y me sopló en la oreja. Me giré y le eché una mirada de odio con mis ojos negros. En ese momento, nos llamó Lía. Y menos mal, porque me había levantado y estaba apunto de pegar a Atsar. Atsar me empujó y me tiró a la nieve, pero sin mala leche. Acto seguido, se fue corriendo. Yo me levanté y fui sin prisa hasta el centro del prado. Había un paquete entre los dos. Yo, sin decir una palabra y sonriendo, señalé el paquete y me señalé a mi. Ambos asintieron. Me senté de rodillas en la hierba (ahí no había nieve, estábamos bajo la montaña) y lo abrí, feliz. Era una foto enmarcada, de un metro cuadrado nuestra. Atsar y yo cogidos por el hombro y Lía debajo. Les miré, y, sin decir una palabra, les tiré al suelo con un abrazo. Me levanté sonriendo, cogí a Lía del cuello y le arrastré hasta nuestro caminito. Empezamos a subir. Yo iba rápida y sonriendo. Al llegar a la cima, me encaramé al borde y escupí a Atsar con una puntería perfecta. Él me lanzó su zapato. Mhm, es lógico. Lía y yo bajamos y estuvimos el resto de la tarde abajo, haciendo estupideces. Esas cosas solo las podía hacer con ellos. Con ellos y con Luara. Pero a Luara le veía como mucho una vez al mes, y a ellos era raro el día que no les veía. 
A las siete y media nos íbamos. Atsar me pasó una cámara y yo hice una foto del prado. No volvería hasta pasado un año. Hicimos el camino de vuelta más rápido imposible.
Al llegar subí directa a mi habitación, abrí la puerta y les vi. Era malo. No, peor que malo. Las estilistas reales. Todos los años cuando hay una fiesta real aparecen. Y me preparan para la fiesta. Reconozco que me dejan maravillosa pero no lo soporto. Tardan hora y media y a mi me parece que tardan dos semanas. Que el dragón de alas plateadas ya ha despertado (es un dragón que durante el mes de diciembre hiberna).
-¿Está lista, princesa?- preguntaron ellas sonriendo.
-Si...-dije asumiendo mi destino

2 comentarios:

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